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La leyenda de la viudita
La Viudita, vestida de negro y con su rostro cubierto por un mantón, solía aparecer en horas avanzadas de la noche, especialmente en callejones oscuros o en las inmediaciones de iglesias y templos.
Era común que se apareciera a hombres que deambulaban solos, frecuentemente en estado de ebriedad, seduciéndolos y llevándolos hacia las afueras del pueblo, solo para dejarlos en situaciones embarazosas o aterradoras, como barriales y entre aguas servidas.
Para muchos, ella encarnaba une tipo de justicia moral y fue un recordatorio de las consecuencias de los vicios, una advertencia contra los excesos y la desmesura, que sirvió muchas veces como un freno para quienes se dejaban llevar por los vicios, las apuestas y las mujeres de mala vida, incitándolos a la moderación y al respeto.
Hoy en día, aunque el temor a La Viudita ya no existe, su rol simbólico puede también compararse con las denominadas “píldoritas”, mujeres que se aprovechan de hombres ebrios para descuidarlos y asaltarlos, situación real que trae consigo la misma lección que antaño buscaban las leyendas: la prudencia y el autocontrol.
Estos estos mitos cumplieron una función educativa, a través de la transmisión de valores cristianos y normas sociales bajo la forma de personajes sobrenaturales, para enseñar a los más jóvenes a mantenerse lejos del peligro y a cuidar de su integridad. Sin embargo, en estos tiempos nos encontramos ante desafíos distintos, pero con una base común: la necesidad de inculcar valores de prudencia, obediencia y respeto en un mundo donde los riesgos son reales y tangibles.
La leyenda del duende
El Duende es un pequeño hombrecito de figura infantil y traviesa que aparece en lugares solitarios y deshabitados, atrayendo con engaños, dulces o frutas a los niños (de preferencia rubios) que no eran bautizados o desobedientes, llevándolos hacia el monte o a lugares alejados, con la intención de jugar con ellos para luego abandonarlos en lugares estrechos o rodeados de espinas.
Este relato era una advertencia clara para los pequeños, quienes debían escuchar los consejos de sus padres y no distraerse en el camino a casa.
La moraleja estaba cargada de simbolismo: el respeto a las normas y la obediencia eran las claves para evitar estos encuentros con seres misteriosos. Hoy en día, aunque El Duende ya no es una amenaza latente, la realidad es aún más cruda: en lugar de un espíritu travieso que trenza las crines de caballo o los largos cabellos de las niñas, existen personas dedicadas al tráfico y trata de menores, una problemática alarmante que hace más necesario que nunca que los niños comprendan el riesgo de interactuar con desconocidos o alejarse de su casa sin supervisión.
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