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Trata y tráfico de personas en Santa Cruz el caso de Dayana Algarañaz

Dayana Algarañaz, la semilla de una lucha

La universitaria de 20 años desapareció el 20 de junio de 2015. Su madre no deja de luchar porque su desaparición sea tipificada como trata.

Alejandra Pau /

Mi madre, María Rita Hurtado Martínez, siempre tuvo especial cuidado conmigo porque llegué al mundo un poco antes, a los siete meses. Mi vida no era muy diferente al de otras jóvenes de 20 años, asistía a la universidad y enamoraba con un muchacho que, según consta en las pericias de la investigación, fue la última persona que me vio el 20 de junio del 2015.

Mi nombre es Dayana Algarañaz Hurtado. A pesar de que llovía aquel sábado,


como lo había hecho en varias oportunidades, me vieron salir de mi casa a las 8:00 porque tenía clases en Universidad de Aquino (Udabol), en la que estudiaba Ingeniería Ambiental.

Sentada en mi cama, mi madre observa detenidamente mis fotografías, que están en casi todos los ambientes de mi casa en el Plan 3.000. En una de las paredes también están otras jóvenes desaparecidas en Santa Cruz y La Paz.

Las fotos son un recordatorio de que aunque no esté... estoy.

Después de dos años y medio mi madre continúa siendo una fuente inagotable de llanto. Recuerda que tenía la carrera pagada, las academias a las que asistí y mi profundo apego por estar rodeada de naturaleza.

Soy la heredera de su carácter decidido. Por ello, no sorprendió en mi casa que se entregue en cuerpo y alma a buscarme.

Aquella mañana mi padre me llamó por teléfono para preguntarme a qué hora iba a regresar a casa, tenía que reemplazar a mi mamá en su empleo.

“Ya papito, ya estoy de ida”, dije y le colgué, no le di tiempo de decirme nada más. Fue la última vez que me comuniqué con alguien de mi familia. Según la triangulación que se realizó para rastrear mi celular, la última vez que fue registrada alguna actividad fue cerca de la universidad.

Un año después de mi desaparición, mi madre fundó junto a otros padres la Asociación de Apoyo a Familiares Víctimas de Trata y Tráfico de Personas y Delitos Conexos (Asafavittp). Ha olvidado lo que es vivir en paz, su tranquilidad se arropa en un futuro en el cual ya he regresado a casa. En tanto, libra una guerra contra enemigos, a quienes no les conoce el rostro, pero que le han hecho llamadas anónimas para amenazarla.

“Una vez que te agarremos vieja de m... nadie te va a reconocer porque te vamos a dejar irreconocible (...). Sé dónde vives y no va a pasar mucho tiempo para que te encontremos, vieja de m... deja de buscar”, le dijeron durante una de esas comunicaciones.

Sabe que por sus acciones se ha convertido en un personaje incómodo para varias autoridades, pero eso no la va a detener.

Decenas y decenas de documentos forman parte de mi caso que fue abierto con la tipificación de privación de libertad. En las páginas figuran varios detenidos y quien fue un día mi enamorado estuvo en la cárcel durante ocho meses. Según sus declaraciones me despachó en un micro #100 con destino a mi universidad e ignora mi paradero.

Mi madre no estaba de acuerdo con nuestra relación porque él no estudiaba o trabajaba. Casi todos los fines de semana, de esos ocho meses, fue a la cárcel para preguntarle, “¿dónde está mi hija?”.

Finalmente, se convenció que no tenía nada que ver y desistió de la acusación.

Sospecha de mi compañero de la universidad, que es de nacionalidad peruana, cuyo supuesto padre me llevó a casa en un automóvil lujoso. Le dije a mi madre que me “parecía una familia muy rara porque padre e hijo no se parecían físicamente y que el señor tenía mucho interés en conocerme”.

Mi madre confiesa “que tiene un dolor en el pecho” cada vez que presiente que estoy enferma porque siempre tuve una salud frágil. “Yo creo que mi hija ya no está en Bolivia”, dice quebrada.

Mientras mi familia me busca, hay un ropero en casa que tiene un espejo roto y una foto mía que cubre el espacio de los pedazos que ya no están.

Fuente: https://www.paginasiete.bo/especial01/2018/2/8/dayana-algaraaz-semilla-lucha-169222.html

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